sábado, 6 de diciembre de 2014

Sigo vivo.

Revivo todo cuanto he sido en vez de continuar porque, lo admito, la he jodido.
Hasta la muerte, me dijo, y quién coño se acuerda ya, quién coño sigue escribiendo sobre ello.
Ya no puedo hablaros sobre Madrid, ni sobre lo que estando allí tuviera que sentir, y vuelvo a leer los poemas que la escribí,
por si eso ayuda
por si eso la lleva
de nuevo a mi.

Agito el Chester a sabiendas que no da para más.
Salgo del portal sonriéndole a la noche, y la noche me escupe porque no soy de fiar.
«Cuando solo te queda
echarle cojones,
búscate de lleno en la mierda
y por primera vez desde que saliste del chocho de tu bendita madre
te encontrarás».

Arrastro en los vaqueros la estela del porno más desagradable que pude encontrar.
Volví con mi vida repartida en bolsas de basura, sudor frío, mono y ansiedad, y el barrio ya no es lo que era, ni el verde en tu parque me puedo echar.
Supongo que todo consiste en cambiar de escenario pero continuar siempre en la misma mierda, esperar en el estanco a que te decidas, a que me hagas caso o te pierdas.
Las horas, mis horas
que durante algún tiempo llegaron a ser mías
se malvenden al primer gilipollas
en cualquier esquina.

No pude seguir manteniendo el equilibrio sobre el bordillo de la acera, y vuelvo a ser el perro calado esperándote a ciegas, cubata en mano a las afueras, sonrío despacio, sé que mis historias pertenecen a la carretera, no tengo prisa, soy el cabrón que muerde la mano.

Vuelco los chismes sobre vuestras mesas pero no tenéis ni puta idea, pedirme sombra cuando el sol de las resacas apriete un miércoles cualquiera, y aunque me muera de ganas, que os jodan, que os prepare la jeringuilla vuestra puta vieja, que os jodan, que os acaricie el pelo los amantes de vuestras novias.

Tampoco me hacíais tanta puta falta.