lunes, 27 de abril de 2015

El Vecino.

Estoy de pie, desnudo ante el ventanal. Fuera hace un día cojonudo.
Puede ser que la cerveza haga temblar el objetivo, cuando apunto al bloque de edificios frente al mío, y bajo la mira solo aparecen distintas sombras de mi mismo.
El ama de casa con su cabeza pelada de quimio envuelta en un fular de ribetes dorados sacude con energía la alfombrilla de baño.
Su hijo de 15 años, en la habitación de al lado, se la machaca como un mono gracias al amplio abanico de posibilidades que nos brinda la industria porno.
Debería pajearme, ¿me estoy pajeando?
Un piso más abajo, a la derecha, la escena es permanente. La misma puta vieja sentada sobre la misma puta silla observando a través del cristal sin cortinas, todos los puñeteros días, y su mirada tiene un deje ausente. La más viva imagen que te lleva a entender que nadie te echará de menos cuando la palmes.
Un adolescente asoma tímido su cigarrillo y se lo chupa con una rapidez que alucinas, tira la colilla al parque.
Los ladrillos se desprenden, las cañerías se oxidan, la pintura se corrompe.
Las palomas se cagan en la repisa y se van, y otras vuelven pa marcharse, y así continuamente en un bucle de infernales excrementos.
El continuo rumor de los chiquillos berreando, sus padres consumen cerveza y aperitivos en el bar, demasiado ciegos ya como para hacerse cargo de sus hijos, están absortos en el partido, y sus mujeres, en la terraza, picotean las migajas que se les caigan de las barbas, y despedazan otras mujeres mediante mordaces críticas y risas cascadas por el demasiado fumar.
El chaval sentao en el banco se lia un verde y es la única paz que puedas encontrar entre tanto niño malcríao tirando sus móviles de 500 euros desde lo alto del tobogán.
Todas estas imágenes ruedan por el visor como molinos de viento, como prostitutas de barra, como un yonki de baño público, como mondar la naranja de una pieza.
Y yo solo tengo elegir y apretar el gatillo.
El vecino del primero ha salido en calzoncillos a su balcón repleto de geranios, el periódico bajo el brazo y una taza de café recién hecho. Se pone su programa favorito de radio en los cascos.
Una chiquilla de espaldas lava los platos en la cocina, mientras su hermano estudia para una carrera universitaria que él jamás habría elegido.

Abro la ventana y puedo notar las heces en mi pie cuando me apoyo sobre él para poder pasar el otro. La alfombrilla de baño cae desde un sexto piso. El quinceañero sigue dándole duro. La vieja ha girado la cabeza hacia mi pero, nada en ella me hace creer que le parezca interesante.
Algunos niños empezaron a gritar, «¡mira, aita!» y algunos padres van saliendo, contemplan sorprendidos, sus esposas detrás de ellos. Hasta ahora nadie ha visto la pistola, es el momento. Se oyen algunos gritos, «¡oh, dios mío!» «¡no dispare!», la gente empieza a dispersarse, todas las madres buscan a sus mochuelos y corren a ponerlos a salvo bajo los soportales. Solo el chico del peta me mira y veo que me sonríe de lejos.

Supuse que entendió que solo soy un pobre cabrón condenado.

Abajo, en el balcón, el vecino, un cincuentón, sorbe de la taza de café medio sonriendo, pasando las páginas del periódico y hay tal silencio en el barrio que podemos oír como baila el papel en sus dedos...
Cuando tiro la pistola, antes de tirarme al vacío yo también, alcanzo a ver que esta acierta de pleno en el café, y el anciano amortigua en gran parte mi caída, pero el cráneo se me revienta en sus baldosines beis y hay una serie de tripas y cosas desperdigadas por todos los geraneos, cuyos pétalos salpicados de sangre gotean sobre quienes ven la escena desde abajo.

Yo sé que estoy muerto pero me he llevado a este hijo de puta conmigo, estoy seguro, o al menos lo dejé muy jodido.

Joder, siempre he odiado a este tipo.


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