domingo, 13 de octubre de 2013

El viejo Raúl.

"Tengo toda la vida por delante y me hago dos rayas de coca al volante.
Busco morir para volver a nacer.
Empalmo pitillos como quien se come una bolsa de pipas.
Meando en los callejones sé que al pie de las escaleras
con una sonrisa tú
me esperas."


Sé que todos mentían cuando decían "te quiero"; el camionero, que a los dos días ya estaba queriendo a otra, los ojos verdes, que a veces fui algo importante y a veces no, el gallego, que después de una resaca se puso una máscara o
se la quitó,
no lo sé.
Pero todos, salvo el viejo Raúl, que me habla desde Madrid, bebiendo birra y escribiendo, desde la decadencia de un perro viejo, desde lo que siempre he buscado, diciéndome "chacha, ¿por qué no te gusto?".
El viejo Raúl como carne pegada al hueso,
como una patada en los huevos,
un pellizco en el pezón.
¿Por qué vas a conformarte con abrir la puerta, pudiendo saltar por la ventana?
Puedo hacerme un par de dedos solo con recordar los instantes anteriores al primer beso, el nerviosismo quinceañero, el sabor a vino barato, alguien tocando de fondo, y
bueno,
yo sé que el viejo no va a regalarme un anillo de diamantes, ni me comprará un piso, ni se despertará con la corbata al cuello, pero joder, cómo le quiero, cuando me dice "escribe, Leire" y yo le digo está bien, y escribo, porque es lo único que
puedo darle.

Enciérrame en la habitación contigo y, mátame de lo que pueda darme placer de,
un polvo o unos cigarros, o 
dime algo bonito pero, estate aquí conmigo,
no te vayas a ir.

Solo él me hace sonreir sin hacer que la vida sea algo tan complicado.

Desde el barrio, oye Raúl, ¡vuelve, joder! Vuelve.

 

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